No todos los innovadores son emprendedores ni todos los emprendedores innovadores. Es importante conocer las diferencias. Entre ambos existe un denominador común importante: la acción. Pero ésta no determina necesariamente afinidades.
Si alguien no ACTÚA para dar uso práctico a una idea, invento, proceso, etc., no puede llamarse innovador y tampoco emprendedor.
La innovación no es simplemente una invención. Es más bien inventiva funcional e ingenio puesto en práctica. Los científicos buscan entendimiento, los inventores soluciones y los innovadores aplicación universal de ésas soluciones.
Al activarse para aplicar esas soluciones, los innovadores se vuelven emprendedores, al menos en lo que concierne al verbo.
Pero en términos de aplicación práctica, efectividad, sostenibilidad, rentabilidad y trascendencia, no todos los innovadores se vuelven emprendedores exitosos. Muchos no llegan a formar empresa ni se convierten en empresarios.
Cuando esto sucede, innovaciones importantes y útiles para la comunidad terminan en el inventario de los fracasos.
En términos del verbo (emprender), no hay innovador que no sea emprendedor. Pero pueden existir emprendedores que no estén innovando mayormente nada y sean exitosos. Hay emprendimientos poco innovadores que trascienden limitaciones y transforman el mundo.
Es importante entender estas relaciones porque determinan la dinámica económica y empresarial de los pueblos. Su incomprensión puede afectar políticas públicas y programas de desarrollo.
No es lo mismo negocio que empresa, emprendedor que empresario, gestión de negocios que gestión de empresas. Comprender cada cosa en su debida dimensión es fundamental.
De ello dependen cuestiones como la siguiente: ¿Qué se debe estimular o fomentar en términos del crecimiento económico de un país: la innovación o el emprendimiento?
Sobrarán quienes digan ¡las dos cosas! Pero no es tan simple.
Para entender el asunto ayuda remitirse al ejemplo histórico de tres grandes innovadores norteamericanos: Oliver Evans (1755-1819), John Fitch (1743-1798) y Robert Fulton (1765-1815).
Los dos primeros, Evans y Fitch, fueron grandes innovadores. El tercero, Robert Fulton, lo fue también, pero ante todo se lo recuerda como un empresario de poderosa visión y enormes dotes para la organización y desarrollo de proyectos.
Los tres hombres están relacionados con los motores a vapor de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Una época que definió el ritmo de la revolución industrial en el mundo entero.
De hecho ninguno de ellos inventó la máquina de vapor como tal, puesto que ella ya tenía cierto tiempo de haberse desarrollado en Inglaterra.
A Oliver Evans se le reconocen hechos muy relevantes:
- haber creado la primera línea automática de producción del mundo (mucho tiempo antes que Henry Ford naciera),
- la construcción del primer vehículo con ruedas que se movió con su propio motor,
- la construcción del primer vehículo anfibio, y
- el desarrollo del primer motor a vapor de alta presión.
Logros mayores a los que una generación entera de hombres promedio pudiera haber logrado.
John Fitch por otra parte, entendió el potencial de las rutas fluviales de Estados Unidos.
Las visualizó surcadas por grandes barcos a vapor, transportando gente y todo tipo de carga. En periodos cortos de tiempo y bajos costos. Construyó un magnífico motor y un barco que remontó con éxito miles de millas en el río Delaware. Demostró al mundo la viabilidad de un tipo de navegación que transformaría la historia.
Pero con todo esto, Evans y Fitch no trascendieron como Robert Fulton. Éste es quién tiene el pergamino mayor y las referencias más importantes en los registros de la historia.
Fulton no inventó esencialmente nada. En realidad era un artista de pintura en miniatura que luego de prolongados viajes por el mundo y cerca del final de su vida profesional, adquirió conocimientos de ingeniería.
Su mérito radicó en ordenar lo que existía. Estructurarlo, conseguir los recursos que se necesitaban y los clientes que se beneficiarían del proyecto. Fulton no era un hombre adinerado, todo lo contrario. Pero tuvo la capacidad de armar sociedades y patrocinios que permitirían hacer realidad lo que muchos habían visualizado antes que él.
Robert Fulton pasó de la innovación al emprendimiento y de allí a la formación de la gran empresa.
Aplicó de forma universal la solución que concibieron científicos y desarrollaron ingenieros. No inventó nada, tampoco fue original en sus innovaciones, pero fue efectivo. Desarrolló un sistema gestionable, sostenible y rentable que lleno de navíos a vapor todos los ríos navegables de la parte este del continente norteamericano.
En tanto que Evans y Fitch son reconocidos como grandes innovadores, Fulton fue un emprendedor en toda la extensión de la palabra.
Los primeros actuaron de acuerdo a las visiones que tenían pero no hicieron todo el camino. No pudieron gestionar contrariedades ni trascender limitaciones. Carecieron de capacidad para formar sistemas sostenibles y rentables.
Evans concluyó como referente en la producción de máquinas de vapor de alta presión para diferentes usos, y Fitch se suicidó luego de varios esfuerzos por alcanzar su sueño. La historia les debe mucho, innegablemente, pero es Robert Fulton quién tiene mesa central en la gala.
Hay al menos cuatro dimensiones del trabajo “entrepreneurial”, y Fulton las cubrió todas:
- Reverenciar posibilidades
- Visualizar oportunidades
- Aceptar probabilidades y
- Gestionar contrariedades
Evans y Fitch no pudieron hacerlo.
Para evitar éste fenómeno en el quehacer económico de sociedades y empresas, se debe propender al estímulo y fomento del emprendimiento antes que de la innovación. Porque de hecho el primero involucra al segundo, pero tiene entendimiento y alcance más integral.
Emprender es una forma de vida, responde al ejercicio de una Conciencia Emprendedora. Su alcance incluye la concepción de inquietudes e ideas, entendimiento del éxito, superación de fracasos y gestión de victorias (lo que en su tiempo no pudo hacer John Fitch).
El emprendedor es ciertamente un innovador pero no es solo eso. Es el agente que debe llevar el proyecto desde la cuna hasta el vestíbulo en que lo esperan los gestores profesionales que lo convertirán en una gran empresa.
Con la gracia de la Providencia existirán siempre científicos, inventores e innovadores brillantes, como Evans y Fitch. Pero es una responsabilidad social distinta fomentar, amparar, desarrollar y apoyar el espíritu emprendedor.
Son los emprendedores los que construyen el mundo, siendo más o menos innovadores u originales, pero siempre efectivos. «Conseguir que las cosas sucedan«, ése es el compromiso “entrepreneurial”.
Las sociedades y los pueblos necesitan formar emprendedores, de ellos depende el futuro y la calidad de vida de su gente. Esta tarea debe comenzar en el seno familiar, seguir a lo largo del proceso educativo y concluir en la agenda pública.